
Llevaba dos minutos en Santo Domingo, bajo las persistentes advertencias preocupadas de mi padre, cuando ya había decidido que aquella no sería mi última visita. En el trayecto, en autobús, camino del hotel, no llegué a reparar en el frío que hacía dentro. Abstraída por completo en el paisaje de fuera, observando todo aquello, que resultaba tan nuevo para mí. A ambos lados de la carretera, paralelamente, bajo ninguna regla o estructura, se situaban las viviendas, contrastando, los barrios más pobres, dónde todas las casas eran similares a cualquier chabola, todas ellas sin excepción, con mensajes bíblicos y de salvación; contra los ricos barrios mucho menos abundantes, en los que se concentraba toda la riqueza del país, mansiones, sobrecargadas. Mi padre decidió que eran horteras. La selva era una maraña incomprensible de árboles que se retorcían y estiraban, pugnando por llegar más alto que los demás para conseguir ese preciado rayo de Sol. Al principio me llamo la atención ver tantas motos, y sobre todo, a tanta gente en cada moto, llegué a ver a cinco personas en una scooter, pero poco a poco a lo largo del viaje me fui acostumbrando, ya que no se veía otra cosa, posiblemente me habría sorprendido más ver algún coche. Estaba horrorizada por toda la pobreza que había a mi alrededor, pero fascinada a la vez… Al llegar al hotel, y tras intentar entendernos con nuestras relaciones públicas, fuimos a la habitación a dejar las tres maletas y deshacer el equipaje. Acto seguido mi padre se echó sobre la cama y yo salí a “investigar”, paseé de arriba abajo por todo el hotel, y después bajé a la playa, la cual, poco más tarde me enteraría que era privada del mismo hotel. Aunque estaba bastante cansada no tenía tiempo de descansar, o al menos me negaba a tenerlo. En un descuido del vigilante escalé con cautela un pequeño montículo de rocas sedimentadas, y fui a parar a una pequeña cala, vacía por completo, que se inundaba con el paso de la marea. Estuve un rato largo allí, recogiendo conchas y cosas curiosas que encontraba en la arena. No sé exactamente cuánto tiempo estuve allí, parecía que las incansables manecillas del reloj se hubieran detenido para dejarme aquel pequeño espacio para mí, para pensar. Y lo cierto es que tenía muchas cosas en las que pensar… Una próxima boda de mi madre y un novio al que llevaba tres semanas sin ver… Decidí que debía llamar a éste último al llegar al hotel. Y perdida en mis cavilaciones estaba cuando por la parte derecha de la cala, absolutamente aislada y arrinconada por las rocas; apareció una pequeña barca, digna de llamarse patera, con un único tripulante y un motor que habría destrozado los sueños de cualquier ingeniero. Pensé que pasaría de largo, pero para mi fastidio, se dirigió a la orilla de mi querido refugio. De la barca desembarcó un chico joven, que al principio no reparó en mi presencia, agazapada como estaba ahora, atenta ante aquella visita inesperada. Ató la embarcación a una roca con un cabo un tanto desgastado, y se sentó en la arena, tal y como había estado yo dos minutos antes, observando todo y nada desde allí. No sabía quién era, y aunque su visita me había irritado enormemente, preferí marcharme de allí, antes de que me viera. Traté de incorporarme y largarme por donde había venido, pero haciendo gala de mis habilidades, pisé una zona resbaladiza de roca y caí de espaldas. Golpeándome en la cabeza con una roca de pequeño tamaño. Lo último que recuerdo antes de perder la conciencia es ver al joven dando un brinco al oír mi grito, sacar una especie de cuchillo oxidado… y venir hacia mí.
Me desperté dos horas más tarde, o al menos eso me dijo Dani. El nombre, que más tarde descubriría poseía el joven de la playa. Lo veía todo borroso, todo se movía… mucho. Me entraron ganas de vomitar, pero no me atreví. Analicé la expresión del chico que me miraba asustado. Aún no quise hablar, sentí miedo, y no supe porqué. Sus ojos, de un color chocolate no me inspiraban la confianza esperada en unos ojos tan cálidos.
¿Te encuentras bien?- me preguntó, y la carne se me puso de gallina nuevamente.- Te has dado un buen golpe…- continuó al ver que yo no respondía.- Me… me llamo Daniel. ¿Qué hacías aquí? O mejor aún… ¿cómo has llegado?
- Por la pared…-titubeé. Sus modales empezaron a tranquilizarme, un poco…- Yo soy Tania…-intenté incorporarme, pero él me retuvo.
- ¿No pensaras salir de nuevo por esa pared, verdad? Ya me he llevado un buen susto, no estoy acostumbrado a cuidar a señoritas que se rompen la cabeza.- sonrió burlón.- Vamos te llevaré en mi barca.
Me horroricé al recordar el aparato, la alternativa de atravesar un par de kilómetros infestados de tiburones a nado me atraía bastante más, no obstante, no tenía fuerzas para discutir, menos aún para evitar que me llevara a su barca. Al embarcar ya empecé a notar la escasa estabilidad que se intuía desde fuera. El chico empujó enérgicamente la “patera” conmigo dentro incluida, y me encontré flotando sobre el mar al albedrío de un completo desconocido. El aire me golpeaba la cara casi con violencia, pero lo agradecí porque a la vez me iba despejando. Cuando llevaba aproximadamente cinco minutos en la barca me di cuenta de que no le había dicho en qué hotel me alojaba, pero sin embargo cuando el ritmo empezó a disminuir distinguí perfectamente la playa privada de mi hotel. Me ayudó a bajar al llegar a la orilla, y me acompañó hasta la puerta del hotel.
-¿Seguro que estás bien?- inquirió.
-Sí gracias por todo…- había terminado por coger confianza él, aunque me seguía extrañando su hospitalidad.- ¿puedo agradecértelo de algún modo?- no había terminado de decir la frase cuando me arrepintiera de haberla dicho. Su respuesta tampoco me tranquilizó demasiado:
-¿Vas a estar aquí mucho tiempo?
- Una semana, vine con mi padre…
- Una semana es bastante tiempo… no sé si tienes algo planeado pero… vivo a media hora en barca de la playa, si quieres podría venir a buscarte mañana y enseñarte un poco el sitio.- ¿Así sin más? Sencillamente no me creía que acabara de conocerme y me ofreciera una visita turística. Tenía que haber una intención oculta… Debió de advertir mi cambio de expresión y se apresuró a añadir: - Tu padre también podría venir claro, tengo sitio de sobra en la barca.- Ahora sí que me había matado… decidí consultarlo.
- Tengo que hablarlo con él.- Así lo hice. Aunque no terminaba de fiarme del todo del tal Dani, la expectativa de una excursión me atraía más que la de aprenderme el hotel. Tras contarle a mi padre la historia, y después de la quincuagésima revisión de daños; Decidió por los dos que nos íbamos en la lanchita. Tanta determinación se esfumó al día siguiente en cuanto vio donde teníamos que montar. Sin embargo no rechistó y simplemente se agarró como casi con fiereza a la balsa. En realidad mi padre siempre había odiado los barcos, aquella escena debía encabezar con mucho su lista de temores más profundos. El viaje se me pasó en un suspiró. Hablando con Dani, el cual, me iba explicando que era todo lo que veía a mi alrededor. Al llegar a nuestro destino Dani y yo saltamos al agua para empujar la barca a la orilla, donde mi padre bajó presuroso, y no besó el suelo porque tenía una pinta un poco rara. Cuando pude pararme realmente a contemplar todo aquello. Ya no tenía ninguna clase de desconfianza, era increíble con qué rapidez me había acogido aquel lugar. Recorrí con los ojos una enorme playa de arena blanca y agua cristalina, con un trazo curvo únicamente interrumpido por la silueta de algunas palmeras. Pero más aún me llamo la atención lo que veía adentrándome en la isla, aquello parecía el corazón de una selva, de hecho, se podía decir que lo era. Y allí, entre aquel exquisito paisaje, decenas de niños y niñas, personas adultas, animales… Cada uno con sus quehaceres. Me maravillé, no podía ver una sola cara que careciera de una sonrisa de oreja a oreja, todos parecían tan exentos de problemas, aún cuando vivían en lo que cualquiera podría denominar pobreza, tan felices… De pronto me vi rodeada por un batallón de niños que corrían histéricos detrás de otro que iba galopando sobre un pequeño caballo.
-Mis hermanos- dijo Dani sin disimular una sonrisa.
-¿Todos ellos? ¡Debía haber más de treinta niños!- me asusté.
- No en un sentido literal. Todos los que vivimos aquí somos como una enorme familia, por eso los llamo así.- asentí más convencida.- Sígueme, tu padre ya se ha integrado por lo visto…- miré hacia todas partes buscando a mi, completamente olvidado, progenitor, y para mi sorpresa lo encontré sentado en un círculo con un montón de personas desconocidas bebiendo algo de dudosa calificación. Seguí pues a Dani, me presentó a todos y cada uno de los componentes de su “familia” los cuales parecían conocerme de toda la vida, me llevó después bosque a través hundiéndonos en la vegetación, en realidad ya no tenía ninguna clase de miedo. Llegado un punto comencé a oír lo que parecía, y era, el choque de una enorme corriente de agua, no tardé en vislumbrar la enorme cascada que descendía con violencia no muy lejos de la orilla, y luego sin duda iba a parar al mar. Perdí de vista un segundo a mi guía y justo después me di cuenta de que estaba casi a la mitad de la altura de la cascada a unos treinta metros sobre el suelo dispuesto a salta al agua. Pensé que se había vuelto loco, incluso me asusté, pero cuando se tiró no parecía tener ningún miedo así que presupuse que aquello era parte de su rutina diaria. Me invitó a entrar y no se lo hice repetir, llevaba el bikini debajo, previsora como siempre, y me tiré al agua. Nos tiramos nuevamente, aunque desde algunos niveles más bajos, y no con la misma rapidez. Él me acompañaba con infinita paciencia. Después volvimos a la pequeña aldea a comer, arroz con frijoles. Nos sentamos en la mesa de los niños, y por vez primera aquello no me sonrojo. Todos eran muy dulces y alegres, no paraban de hacerme preguntas sobre mi país, prometiéndose que algún día irían a visitarme. Tras la comida fuimos con sus “hermanos” a jugar a la playa, y pensé que una rutina así debía ser agotadora, pero sin embargo ninguno de ellos mostraba signos de cansancio; al contrario, rezumaban energía. Mientras observaba como Dani jugaba con ellos, tratándolos más como si fueran sus hijos que sus hermanos, me di cuenta de que la pobreza que tanto asustaba a la gente, que en tan precarias situaciones nos hacía ver al mundo, no era tal, cierto era que no tenían muchos recursos, que había mucha más gente más pobre que ellos, pero a la vez, existía una porción de humanidad mucho más pequeña que poseía la misma riqueza que ellos. El día se me hizo muy corto. Y cayó la noche; cuando mi padre estaba ya un poco perjudicado, Yo estaba casi exhausta, y todos los demás parecían acabar de levantarse de su cama. Sin embargo, no había acabado, Dani me llevó a dar un paseo por la playa, sólo con él. Durante un rato de silencio en el paseo me dio tiempo a acordarme de un novio al que había ignorado por completo. Casi me sentí culpable, sentía algo, pero sabía que era puramente agradecimiento, un agradecimiento gigante, pero sólo eso. Sin embargo, cuando paramos y se acercó a mí peligrosamente no me aparté, no por obligación, ni siquiera por resignación o miedo, sino sencillamente porque… me apetecía. Nos llevó de vuelta al hotel con una canción ebria de fondo. Volvió a buscarnos dos y tres días después, cuando no trabajaba en el mar. Cuando llegó el día de regresar era oficial, estaba enamorada, de aquello. Todos los problemas que había meditado en la cala parecían estúpidos. Estaban casi todos en el aeropuerto, como cualquier familia que va a despedirse. Los niños, que habían empezado dándome pena, y terminado dándome envidia. Antes de embarcar Dani me llevó a un lugar apartado y dio una concha en forma de ala de ángel, parecía más bien un hueso, pero era preciosa. “Se te debió romper al bajar, gracias” aún hoy la tengo, pero no entendí nunca qué me agradeció. De hecho mire, la llevo en la mochila, la que llevo como único equipaje para volver a realizar el viaje de mi vida.