miércoles, 20 de octubre de 2010

Frío




Todo es absoluta, completa y jodidamente perfecto. Pero no puedo con ello.
Hoy me han enseñado una pequeña luz de manera involuntaria. Puede que sea un poco Lili.
Y creo que Lili es estúpida.
Frío. Cuando hace frío se entumecen las manos, y cuesta escribir, se enfrían las orejas y la nariz, y cuesta hasta respirar, se congela el culo, y no se siente. Entonces llegar al instituto puede resultar hasta agradable, siempre claro que haya calefacción, cosa que este año no ocurre en el mismo. Pero, cuando ya estamos calentitos y reposados, queremos salir de allí, a toda costa. Es aburrido, es agobiante, es repetitivo, la voluntad se convierte en necesidad. Salimos de allí, y a la mañana siguiente, tres cuartos de lo mismo. Frío, calor, agobio, fuera.
Luego está el atender, si no atiendes y luego estudias, bien, aunque sabes que habría sido más fácil trabajar desde el principio.
Si atiendes, te aburres, a no ser, que la clase sea interesante. Y DIOS SANTO como cuesta encontrar una clase interesante.
Luego queda un aliciente más, ese molesto sujeto al que no soportas, ese profesor toca pelotas que se ha empeñado en que este curso te vas a joder... y lo mejor es que lo consigue. Porque tiene un gran poder. Puede que le atraigas, o que te guarde rencor a ti o a tu madre por algo, el caso es amigo, que estás jodido.
En definitiva. El instituto es un sitio de torturas, un calienta culos, calienta manos, calienta narices, pero eso también lo es nuestra casa.
Sin embargo, en esta enorme metáfora, siento que el instituto es una enorme droga para mí. Sé que podría vivir en casa, tranquila, calentita, y sin necesidad de salir al frío para ir al instituto, pero, por algún motivo (Me cago en la mierda!) no puedo... y parece ser que esa es una condena que dura muchos años. O una bendición.